La escritura literaria estimula las áreas cerebrales implicadas en la emoción social y la empatía.
La novela popular y el ensayo no lo hace.
El trabajo que Science publica este jueves hace diana en el epicentro de la más profunda cuestión en la estética literaria. ¿Por qué El código Da Vinci de Dan Brown puntúa menos que El americano impasible
de Graham Greene en ese concurso para ascender al parnaso? ¿En qué
sentido es Arturo Pérez Reverte menos literario que Javier Marías? ¿Por
qué discutieron Carlos Ruiz Zafón y Antonio Muñoz Molina? Pues bien, he
aquí una respuesta: mirad al cerebro. Leer ficción literaria recluta las
áreas cerebrales implicadas en la emoción social: las que distinguen
una sonrisa sincera de una falsa, detectan si alguien se siente incómodo
o evalúan las necesidades emocionales de familiares y amigos. La
ficción popular (como las novelas de espías o de amor y lujo) no lo
hace, y la estantería de no ficción tampoco lo consigue.
Las lecturas literarias también son únicas en que estimulan la teoría de la mente, la facultad de ponerse en la piel del otro. La razón, según publican en Science los científicos de la Nueva Escuela de Investigación Social en Nueva York, es que la alta
literatura nos obliga a expandir nuestro conocimiento de las vidas de
otros, y a percibir el mundo desde varios puntos de vista simultáneos.
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