Desde que en el año 1977 fue legalizado el juego en España, han
ido apareciendo en el mercado numerosas modalidades de juegos de azar y
apuestas: máquinas recreativas, bingos, casinos, quinielas, bonolotos, cupones…
y, más recientemente, las apuestas por Internet, tanto de azar como deportivas.
Todo esto ha conllevado el crecimiento del gasto en juego y el incremento
paulatino de problemas derivados de esta actividad, ya que hay un número elevado
de personas que son capaces de hipotecar sus vidas en el resultado de un suceso
aleatorio, desatendiendo la posibilidad de perder el dinero propio y ajeno, el
trabajo, la familia y los amigos, en una actividad en la que se ha comprobado
que siempre se acaba perdiendo.
Fue en 1980, y más allá de las enormes críticas que están
recibiendo los sistemas clasificatorios en Salud Mental actuales, cuando se
incluyó por primera vez el juego patológico como un trastorno dentro del DSM-III
(Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales),
categorizado dentro de los “trastornos del control de impulsos no clasificados
en otros apartados”. Se define al jugador patológico como un individuo
que se caracteriza por “la incapacidad crónica y progresiva de
resistir los impulsos de participar en juegos de azar o apuestas, y esta
actividad pone en riesgo los objetivos familiares, personales y
vocacionales”. Las siguientes ediciones del DSM, han mantenido la ludopatía
en la misma taxonomía, al igual que la CIE (Clasificación Internacional de
Enfermedades), que, en su versión número 10, la incluye dentro de los
“trastornos impulsivos y de hábito”, junto con otros problemas como la
piromanía, cleptomanía o la tricotilomanía.
Sin embargo, la descripción de este trastorno se ha ido
puliendo con el tiempo, asemejándose cada vez más a los criterios establecidos
para el diagnóstico de dependencia de sustancias. De hecho, la mayor parte de
los profesionales considera el juego patológico como una conducta adictiva,
debido a la gran cantidad de similitudes que existen entre ambos trastornos,
como, por ejemplo, la incapacidad para dejar de realizar la conducta (consumo o
juego) a pesar de los intentos reiterados, o la tolerancia, es decir, la
necesidad de incrementar la cantidad de la actividad, para conseguir los mismos
efectos (para ver una comparativa de las similitudes se puede consultar el libro
de Ochoa y Labrador, El Juego Patológico, 1994).
Teniendo en cuenta los datos de los últimos años, el DSM-5 ha
optado por incluir el juego patológico en la misma categoría que el resto de
trastornos adictivos. De esta forma, considera dos tipos de adicciones: las
relacionadas con el consumo de alguna sustancia (cannabis, alcohol…), y las
adicciones conductuales, que, por el momento, contaría sólo con la adicción al
juego. Respecto a la CIE-11, parece que las deliberaciones sobre los cambios de
la categorización del juego patológico, van en la misma línea que las del DSM,
planteándose su inclusión en la categoría de conductas adictivas (sin sustancia)
en vez de en la categoría de trastornos impulsivos.
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