¿Estás o eres aburrido? Piensa bien antes de dar un diagnóstico. La
respuesta a esta pregunta puede ser definitiva para tu vida social.
Aunque lo habitual es que nadie se defina a sí mismo como un ser gris y
aburrido, este es un juicio que emiten los otros. Los estudiosos del
aburrimiento, que no son pocos como veremos, hacen notar que tiempo
atrás el mundo se dividía entre lo feo y lo bonito; ahora, entre lo
interesante y lo aburrido. La academia, esa industria seria y
trascendente, ha puesto otra vez de moda el estudio del aburrimiento.
Antes, en el siglo XVIII, lo habían hecho los filósofos y pensadores de
la Ilustración; en los últimos dos años, varios psicólogos y neurólogos
han vuelto sobre el asunto y han publicado libros que prometen ser la
radiografía de esa condición humana, que unos expertos consideran
“ligeramente molesta”; otros, “una emoción humana inevitable”, y
algunos, “un recurso adaptativo de la especie humana”. Lo cierto es que
para el resto de los mortales aburrirse se ha convertido en una plaga a
erradicar. Ser etiquetado de “aburrido” es casi motivo de exclusión
social, así que por evitarlo somos capaces de cualquier cosa. El
psicólogo Rafael Santandreu, autor del libro El arte de no amargarse la vida (Oniro,
2011), me dijo en una entrevista: “Resulta increíble la cantidad de
personas que temen al aburrimiento. Es una gran estupidez colectiva.
Aburrirse es casi indoloro, y solo produce malestar porque nos decimos a
nosotros mismos cosas del estilo: ‘¡Oh, no, estoy aburriéndome! ¡No me
debería aburrir!”.
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