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Una lentilla en el suelo del cuarto de baño, las llaves del
coche en el bolsillo de una chaqueta echada al cesto de la ropa sucia,
nuestro bolígrafo azul preferido sobre el frigorífico de la cocina. En
ocasiones, encontrar algo que hemos perdido es como dar con una aguja en
un pajar, pero el cerebro es capaz de ponerse en marcha y ejecutar la
tarea. Científicos de la Universidad de California, Berkeley, han
descubierto que cuando nos embarcamos en una búsqueda específica, varias regiones visuales y no visuales del cerebro se movilizan de forma conjunta para no tener que atarle nada a San Cucufato, como dice el refrán.
Esto significa que si estamos buscando a un niño perdido en
una multitud, las áreas del cerebro normalmente dedicadas a reconocer
otros objetos, o incluso las áreas dedicadas al pensamiento abstracto,
cambian su enfoque y se unen al grupo de búsqueda. Por lo tanto, el
cerebro cambia rápidamente para convertirse en un «buscador» del niño
muy centrado, y redirige los recursos que utiliza para otras tareas mentales.
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